Tan representativa fue la anterior que la siguiente etapa del movimiento literario se conoció como postromanticismo, aunque básicamente es un concepto artificial que designa al parnasianismo, el simbolismo y el decadentismo, tres “evoluciones” diferentes del anterior tronco romántico.
El siguiente movimiento unificado llegó a mediados del siglo XIX y se conoce como realismo o naturalismo. Fue a su modo una reacción a los excesos románticos; conservó el costumbrismo anterior pero se libró del sentimentalismo, la fantasía y la anarquía formal. Nació con él la novela social, reflejo literario de la nueva sociedad de clases, y la novela psicológica, preocupada de los temperamentos y las motivaciones. Dickens, Pérez Galdós, Dostoievski, Émile Zola y Flaubert son algunos de los autores más representativos del movimiento.
Tras ellos llega la experimentación propia del Modernismo, que aunque en España se ciñe a una serie de autores concretos (Rubén Darío, Valle-Inclán…), internacionalmente se conoce como el inicio de las vanguardias. El elitismo frente a la cultura de masas, la deconstrucción y la experimentación encontraron en Hemingway, Proust, Joyce, Beckett, o Virginia Woolf algunos de sus mejores exponentes.
Tras la Primera Guerra Mundial la literatura entró de lleno en las vanguardias. Primero con el futurismo, el dadaísmo y el surrealismo, luego con una serie casi incontable de estilos personales y pura experimentación literaria. Jorge Guillén, Salinas, García Lorca, Luís Cernuda o Dámaso Alonso en España; Neruda, Huidobro y Mistral en Latinoamérica, Beaovir o Camus en la escena internacional son algunos de los más claros exponentes de este estilo.